De la desesperación del hombre y la inmensidad de la noche.
La noche me parece exageradamente grande en muchos aspectos. Hay demasiado silencio, demasiadas sombras, demasiado cielo, demasiada ciudad y calles vacías. A diferencia de la mañana, los hombres ya no van ni se tropiezan ni vienen ni se disculpan ni continúan y llegan tarde; por la noche son pocos los hombres que caminan, que la lluvia los apaga y fuman cigarrillos húmedos en la parada de una esquina. La noche es oscura. Los ruidos los hacen las mujeres o los gatos; las putas de esquina. Los bares se llenan de hombres con el alma en llamas y las manos frías con la que alcanzan a pagar otro vaso de licor y se hablan a sí mismos como queriendo explicar un hecho ocurrido y lo repiten y repiten, y a medida que lo hablan lo repiten y giran en torno a ello y se repiten hasta que se acaban los billetes y se largan con la piel en llamas y una mujer con la piel tibia.
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