Se trataba de mi muerte.
Recuerdo que, esa noche caminé despacio entre los pasillos sombríos de mi casa, hasta poder llegar a mi destino: El espejo. Al estar justo al frente de aquel retrato con vida, miré con exactitud y me encontré con que yo no estaba, lo había todo, a excepción de lo que no, cada cosa intacta en su lugar, pero yo, yo no existía dentro de él. Le hablé y no respondió, le grité y no respondió, le pregunté el porqué no estaba yo allí dentro de él y no me respondió, todo parecía ser en vano. Lo quebré; lo lancé y golpeé cuantas veces pude, no entendía nada. Bañado en sudor, en sangre y en dudas, corrí, huí de toda aquella absurda realidad. Agonizaba, ya mi casa no era sólo un corredor de pasillos oscuros, sino que era también un laberinto de paredes altas y con poco oxígeno para respirar. Al salir de casa, lo primero con lo que me encontré fue con no encontrar mi sombra, ésta tampoco estaba. Qué extraño, ya no hallaba nada de mí. Creí que la luna tal vez me respondería por ello, pe