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Un continuo ir y venir.

I París y el jazz. El humo del cigarrillo  y el vino. Un callejón donde se fijan citas. Una pareja en la esquina. Mi quinto piso. La ventana desde donde miro. Ella acostada en la cama. Las sábanas echadas al piso. Olor a sexo en los rincones. Ahora respiro un aire oscuro. Ella escucha mis latidos y se larga. La pareja dobló en la esquina. Alguien quiebra una botella. Soy yo quien aplasta el cigarrillo. No hay más música sin vos. II El ruido de las llaves sostenidas. Dos huellas por escalón. Las puertas de un hotel que da a la luna. Dos gatos atravesando la calle. La mirada hambrienta del clochard. Cruzo el Puente de las Artes. Los candados y el amor. Un pañuelo a rayas roto. El café de la esquina. El bar. De nuevo vino y cigarrillos. Una pareja en la barra. Y recomenzar.

Febrero

Con los ojos puestos sobre el abismo ansío afanosamente elevarme por encima de su profundidad,  y respirar por fin,  la misteriosa fragancia que se desprende de los cielos. De momento he saboreado suficiente voluptuosidad en los suelos; he lamido el fondo, he conseguido el fin. Y aún cuando me encuentro al borde del último abismo (que es el menos peligroso de todos) no abandono la esperanza de convertirme en águila y volar.

Enero

Como no acostumbraba a viajar con frecuencia, solía pensar en quienes habitaban las otras ciudades cercanas. Imaginaba sin mayor esfuerzo cómo eran sus rostros y el tipo de conversación que había entre las calles y la gente: para aquel entonces suponía que las calles y la gente se comunicaban entre sí, revelándose secretos. Por supuesto, más tarde comprendí no solamente que entre las grandes multitudes y una ciudad lejana no había ningún tipo de contacto, sino que tampoco lo había en mi ciudad ni con su gente. ¡Vaya mierda la que me tomó por sorpresa! Bastó un día entero para poder asimilarlo. ¿Cómo no lo había? Si en mi caso llevaba alrededor de 7 años teniendo conversaciones discretas con los árboles, con la arquitectura en general, con los cruces de esquina, con las plazas en que, sentado en sus malditos bancos, fui perdiendo la cabeza. ¿¡Cómo que no lo había!? Si todas las noches el jardín tenía un encanto misterioso, y mientras la mitad de la ciudad dormía, las antiguas c

Esclavitud.

Los grandes libros son también grandes prisiones: tienen el oscuro poder de poseer el alma humana. Una vez que usted, maravillado, observa detenidamente un libro, su alma queda inmediatamente dentro de él sin que lo advierta. ¿Qué es la lectura, entonces? Una fuga. La lectura es el intento de escapar de la prisión a la que nos han sometido los sentidos. De esta manera, todo feroz apetito por devorar las hojas cuanto antes, es el síntoma incorregible de las ataduras del alma frente a los volcanes de papel y tinta. En cada libro hay una prisión; en cada prisión un laberinto; en cada laberinto un minotauro; en cada hombre capturado la esperanza de matar al minotauro o encontrar la salida, que se cierra, justo en el mismo momento que cerramos la contraportada del putísimo libro. ¡Es una trampa! Nuestra alma queda encarcelada para la eternidad dentro de oscuros instantes de prisa. Entonces, ¿quién es el escritor? El hombre que ha logrado asesinar al minotauro. Y éste, por algun

Reencuentro.

Crucé el océano en busca de tierra firme;  atravesé la ciudad en llamas  y visité todos los templos;  derrumbé murallas, puentes  y escaleras en espiral;  sustituí el vacío por espejos  y corrí a ciegas hasta que te encontré. ¿Recuerdas la historia del hombre helado en el pantano? Reconocí tu mirada circular viajando en la línea del tiempo: el tesoro, los papiros, las tres caras de la moneda, la brújula, el mapa, el árbol, los siete pasos hacia atrás, trece a la izquierda, gira treinta y tres grados y da un salto hacia adelante cuya longitud coincida con la altura de tu cuerpo. Eres, y si aún no es suficiente, traigo fuego en los bolsillos para ti. Si vienes, ¿soy?

A quien pueda interesar.

Puedo ser tu compañero existencial o tu pareja cósmica, eso depende de factores en los que ni tú ni yo podemos interferir del todo, es algo en lo que nos vemos envueltos y aceptamos. Te pido que no me exijas ser tu novio o tu esposo, aclaro de antemano que no quiero serlo. Tampoco quiero pasar el resto de mis días a tu lado; quiero tener mis días a solas, días grises, días con otra mujer, días en los que decido no salir de casa y embriagarme con licor o drogas o de tantos cigarrillos. Si al llegar la noche estamos juntos, aprovecharemos la energía lunar para llevar a cabo mi ritual: follaremos hasta reventarnos y permitirás, sólo durante el ritual, ser tratada por mí como una perra, y antes de que el Sol asome sus primeros rayos y atraviesen los cristales de la casa o el hotel, tendremos una conversación tan excitante que volveremos a reventarnos los labios y la espalda hasta que ya las cortinas se bañen con una irritante fluorescencia que nos devolverá el silencio y la alegría de

C'est la vie!

La vida es más como una estación; lugar donde vos, sentada en un banco lejano, observa a los viajeros atravesar las puertas del tranvía [sin subirse]. Ni tú ni yo subimos. Nos dejamos fuera sin saber alguna vez a dónde fueron todos. Nos descubrimos solos en medio de las noches más heladas, y temblabas al hablar. Yo también temblaba, pero sin decir palabra alguna. Sacrificamos las épocas más valiosas de nuestras vidas. Olvidamos vivir; lo dejamos a un lado. Fuimos espectadores a tiempo completo. Nunca nuestros ojos se cansaron ver, de perseguir a aquellos hombres, cuyas siluetas deformes, iban y venían, explotando en risas borrachas y tonos de piel en blanco y negro. En ocasiones sentí ganas de subir, de largarme con ellos, repleto de maletas y despedirme de un amigo o una mujer. Ganas de despedirme de alguien y subir [y no] al tranvía, para mirar desde adentro y reflexionar también del otro lado y verte donde siempre, pero yéndome a quién sabe dónde. Ellos qu