Sé inmortal todos los días.

Tengo la impresión de que los días huyen de sí mismos, que se refugian en la palma de mis manos mientras se deslizan, mientras caen; mientras en el piso un charco se hace hondo y voy quedando cada vez más lejos de la superficie y me sumerjo, y me ahogo. ...Y de pronto, aparecemos ambos de ese lado, al otro lado, donde solíamos vernos al mirar aquel espejo roto; donde las imágenes de dos almas descosidas van dejando un hilo al ras. Y de pronto, nuevamente, aparecen las imágenes, y esta vez no son dos almas descosidas ni desbaratadas, sino más bien lo que quedó de lo que éramos. Escritos como éste, por ejemplo, deben quedar siempre así: como suspendidos, rotos o inconclusos, como el mismo corazón que lo escribió.

Escapémonos. Bailemos bajo la sombra gris del cielo, y acompáñame una vez más. Alejémonos lo mínimo posible para derrumbarnos, para fundirnos, para ser uno. Y ahora ven, volemos al infinito y devolvámonos parar colgar de las nubes; ayúdame a soplar, ahora viajemos en las nubes. Escapémonos. Vayamos a detener el tiempo, hagamos de este silencio un eco cada vez más profundo y ahoguémonos en él. Ayúdame a detener el tiempo, el mundo, y bajémonos. Colgados de las nubes podemos columpiarnos,  mejor huyamos. Huyamos juntos. Escapémonos. Brillemos en el espacio, somos luz y tú una estrella. Juguemos a saltar planetas, a contar estrellas. Acariciemos lo hondo, lo llano, lo esférico; alejémonos del mundo donde estamos. Ayúdame a contar estrellas, son todas para ti. Escapémonos. Y ahora ven conmigo a otra galaxia. Ven conmigo y visitemos otros mundos. Escapémonos y volvamos, escapémonos de nuevo y no volvamos más. Soñemos.