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Mostrando entradas de junio, 2015

Lo que le pertenece a la ciudad.

La ciudad está poblada por sombras y hombres vagabundos de risas y botellas con cartas en las paredes y silbidos, por canciones tristes de taxis de esquinas y alcantarillas, por ruidos en el bajante y mierda, por cierres de puerta de impulsos con manchas de sangre en el piso y fragancias memorables, por hipo de espuma y vino y  cigarrillos, por gritos de huellas de esperma de vela y semen, por bocas rotas rojas, por gatos de putas de casas desoladas,  por una profunda oscuridad y silencio y vida  y muerte y hambre y sed y peces.

De la desesperación del hombre y la inmensidad de la noche.

La noche me parece exageradamente grande en muchos aspectos. Hay demasiado silencio, demasiadas sombras, demasiado cielo, demasiada ciudad y calles vacías. A diferencia de la mañana, los hombres ya no van ni se tropiezan ni vienen ni se disculpan ni continúan y llegan tarde; por la noche son pocos los hombres que caminan, que la lluvia los apaga y fuman cigarrillos húmedos en la parada de una esquina. La noche es oscura. Los ruidos los hacen las mujeres o los gatos; las putas de esquina. Los bares se llenan de hombres con el alma en llamas y las manos frías con la que alcanzan a pagar otro vaso de licor y se hablan a sí mismos como queriendo explicar un hecho ocurrido y lo repiten y repiten, y a medida que lo hablan lo repiten y giran en torno a ello y se repiten hasta que se acaban los billetes y se largan con la piel en llamas y una mujer con la piel tibia.

Sospecha que muere, y muere.

Un hombre nunca regresa a la cama siendo el mismo. Por la noche, luego de lidiar duras batallas durante el transcurso del día, encerrado en su alcoba, con la mirada fija sobre el techo, descubre que una parte de sí ha muerto y una nueva acaba de nacer. Se adormita lentamente con la virtud de un hombre nuevo. Este hombre nuevo destruye el tiempo por bien propio; y lo mismo hace consigo mismo para mantener su integridad. Destruye lo aprendido, y se hace nuevamente y nuevamente aprende a ser; para olvidar de nuevo y destruirse. No se reconoce. Es un hombre duro y frío. Es un hombre muerto. Un hombre actual. Ninguna mujer sabe cómo siente un hombre a menos que lo haya sido. Y ningún hombre nació siendo mujer para contarlo. El hombre ve por encima de lo que mira y observa cómo otro hombre se desploma; no hará nada para detenerlo, le pertenece el turno ahora. Es el único momento donde un hombre reconoce al otro, y sonríe. Apartan la mirada, se separan y vuelven a ser desconocidos. P