Se trataba de mi muerte.

Recuerdo que, esa noche caminé despacio entre los pasillos sombríos de mi casa, hasta poder llegar a mi destino: El espejo. 

Al estar justo al frente de aquel retrato con vida, miré con exactitud y me encontré con que yo no estaba, lo había todo, a excepción de lo que no, cada cosa intacta en su lugar, pero yo, yo no existía dentro de él.  Le hablé y no respondió, le grité y no respondió, le pregunté el porqué no estaba yo allí dentro de él y no me respondió, todo parecía ser en vano. Lo quebré; lo lancé y golpeé cuantas veces pude, no entendía nada.

Bañado en sudor, en sangre y en dudas, corrí, huí de toda aquella absurda realidad. Agonizaba, ya mi casa no era sólo un corredor de pasillos oscuros, sino que era también un laberinto de paredes altas y con poco oxígeno para respirar.

Al salir de casa, lo primero con lo que me encontré fue con no encontrar mi sombra, ésta tampoco estaba. Qué extraño, ya no hallaba nada de mí. Creí que la luna tal vez me respondería por ello, pero no, ella tampoco me respondió, así que seguí mi rumbo.

Fui a un lago cercano y me bañé en él, sólo intentaba asimilar un poco todo lo que sucedía, no podía creerlo, parecía un sueño, una mentira, lo parecía todo, excepto realidad. Lo intenté, nuevamente intenté hallar mi reflejo, pero otra vez fallé, mi reflejo tampoco se reflejaba en el agua, no había nada, sólo algunas hojas secas de un árbol que se otoñaba.

Me vestí y fui camino a casa, allá me cambié y sentí a gusto. Me preparé y serví un café, lo tomaba muy despacio y al mismo tiempo meditaba mi situación, era todo tan incómodo que no lo podía creer, cuando de pronto, el silencio fue interrumpido por una multitud de personas que entraron, sin tocar la puerta, sin antes llamar. Era toda mi familia, mis amigos y hasta mis vecinos, me pregunté qué coño hacían aquí. Me asomé a la sala y sólo vi sus rostros, tan fríos y llenos de lágrimas. Me asusté, ninguno exclamó un saludo hacia mí, nadie notó mi presencia.

Pude ver que dos hombres vestidos de negro cargaban un ataúd, intenté acercarme para ver quién estaba dentro, pero al estar a sólo pasos sentí que una incandescente llama rodeaba todo mi cuerpo, había una fuerte luz radiante que se acercaba a mí y una increíble fuerza que me impulsaba hacia ella, no podía hacer nada. Al entrar justo en la luz, comenzó la oscuridad y al terminar la oscuridad caí en la nada, era todo un vacío, no existía ni la gravedad ni el tiempo, sólo yo.

Encendí mi último cigarrillo y suspiré, se trataba de mi muerte... 







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